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Se acabaron los sofocos por la falta de aire acondicionado. Se acabó el verano, pero no los problemas para los pacientes que acuden al Hospital. El primero es cómo llegar, con el lío de tráfico que nos ha montado el Ayuntamiento. Una vez que llegas donde aparcas, un verdadero drama que tantas veces acaba con la paciencia de uno y con el coche arrastrado por la grua. Por fin logras entrar, ahora toca esperar en una sala repleta de gente, donde la contaminación acústica y otras contaminaciones superan cualquier medida al uso. Si después de todo esto te recibe un médico estás de enhorabuena.

Tampoco lo tienen mejor los que precisan ingreso, algunas veces no por la gravedad de la situación sino porque es la única forma de que te hagan en un tiempo prudente (menos de 2-3 meses) un scanner o una resonancia. Con el otoño las habitaciones no es que hayan ensanchado, pero tienen una cama más. No es por incomodar, es para favorecer las relaciones sociales, así siempre hay algo de lo que hablar: si abrimos o no abrimos la ventana, porque yo tengo frío, pero es que no hay quién aguante los olores, esas cosas…

Sí, hay asuntos más importantes de los que tratar con respecto al hospital, por ejemplo los tiempos de espera en determinados servicios y el intento de acabar con alguno de ellos por la vía de forzar la intervención en la privada, por no hablar de los transplantes que no vienen, de los contratos poco escrupulosos o del plan director que sigue escondido o encogido o… espero que no olvidado.

Tienen razón. El caso es que hoy me sentía un poco frívolo…

 

Aurelio Fuertes

Publicado en «El Adelanto», 13 Octubre 2001

 

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