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En 1989 me invitaron como moderador a una mesa redonda en las IV Jornadas Vitigudinenses de Hipertensión Arterial. Una de las ponencias trataba del Proyecto North Karelia, y la exposición corría a cargo de dos de los promotores del mismo, llegados de Finlandia para explicarlo.

Tuve que mirar el lugar en el mapa y estudiar aquel modélico proyecto de salud comunitaria, que había cambiado los hábitos alimenticios de la población y había conseguido unos excelentes resultados reduciendo la morbimortalidad cardiovascular.

Unas jornadas científicas en el ámbito de la Atención Primaria, en una zona rural de Salamanca, al margen de la industria farmacéutica, tratando una intervención de salud comunitaria exitosa en Finlandia y contando para ello con la presencia de dos protagonistas de esa experiencia no parecen algo real, es como un sueño. Sin embargo, ocurrió y fue posible por el enorme esfuerzo y la ilusión de sus organizadores, un grupo de médicos de aquella zona básica de salud.

Lo recuerdo como un ejemplo más de la ilusión que muchos profesionales de Atención Primaria habían puesto en su trabajo en aquellos años. Creían en la Medicina Comunitaria que la OMS había proclamado poco antes en Alma Ata y cuya entraña definía de forma excelente el salubrista colombiano Héctor Abab, tal como cuenta su hijo en El olvido que seremos: «La medicina no se aprende solamente en los hospitales y en los laboratorios, viendo pacientes y estudiando células, sino también en la calle, en los barrios, dándonos cuenta de por qué y de qué se enferman las personas».

Aquella Atención Primaria duró poco y su práctica no se generalizó. Poco a poco, los profesionales se fueron atrincherando en su consulta ante el aumento de la demanda; siguieron haciendo promoción de la salud, pero ya solo de forma individualizada. Enseguida las políticas neoliberales cambiaron el paradigma de la planificación por el de la gestión. Fue creciendo la presión asistencial y la solución que se propuso fue recortar en profesionales y en medios. La Atención Primaria acabó exhausta, y los MIR ya no miraban esta especialidad como una de las favoritas.

Después vino la pandemia; en la primera fase, la Atención Primaria fue olvidada y después se la llenó de competencias, muchas de las cuales tenían que resolverse con atención no presencial. Ahora todos están de acuerdo en que ha tocado fondo y hay que apoyarla, pero no se aprecia ningún paso decisivo en esa dirección (los Presupuestos Generales del Estado suponen la última gran decepción).

Parece existir un acuerdo en que faltan profesionales y los recursos materiales y tecnológicos son escasos. Es evidente que hay que hacer una fuerte inversión económica y darle a la imaginación para resolver el déficit de profesionales. Pero, además, es necesario prestigiar la Atención Primaria y, de forma especial, la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria, para que los MIR la apunten nuevamente como opción favorita.

Para ello, hay que ampliar su espacio en la Universidad y apoyar la investigación en los centros; pero, además, volver a definir sus competencias asistenciales, adaptándolas al momento actual, y crear proyectos nuevos y rompedores. Esto es responsabilidad de la Administración, pero no solo, también es responsabilidad de los profesionales. Es preciso dar una atención acorde a los tiempos que corren, la que la sociedad actual demanda; pero además, que los que están en los centros de salud, y los que van a venir, trabajen al menos con una parte de la ilusión con la que lo hacían aquellos pioneros de los años ochenta.

Aurelio Fuertes.

Publicado en Salud a Diario

 

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