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Entre las varias pandemias que nos han invadido en los últimos lustros, una de escasa resonancia y menor intervención para atajarla ha sido la que podría denominarse la del síndrome del nuevo rico. Como no hay enfermedad sin su sigla correspondiente la llamaremos SNR. El SNR, en mi opinión, tiene una extraordinaria capacidad de contagio, tanto de persona a persona, como a través de los medios de comunicación y uno de sus síntomas cardinales es el delirio, que coloquialmente podría definirse como una creencia falsa y extravagante y, en su fase más atenuada, la ilusión, como percepción distorsionada de la realidad. No tiene un comienzo brusco, ni ningún signo alarmante que alerte a la sociedad, es más, se confunde con una sensación optimista, placentera y eufórica, pérdida de la inhibición, falta de control en la conducta social e intolerancia a la frustración.

En el mundo de la sanidad también hemos sido afectados por el SNR. Hay muchos ejemplos y atañen a políticos, gestores, clínicos y pacientes. Infraestructuras de nueva creación o en proyecto para las que no se ha hecho un plan de sostenibilidad en el futuro, programas de salud de dudosa efectividad y alto coste, megalómanas burocracias de planificación, control y evaluación (de escasa o nula eficacia), y más y más. Los clínicos tampoco hemos resultado indemnes: baterías diagnósticas, unidades clínicas y tratamientos costosos que podrían haberse considerado con más cautela a la luz de las mejores pruebas disponibles (y hay muchas evaluaciones al alcance de todos) y en función de una medicina centrada en el paciente.

Y los pacientes. Pues también han sufrido su daño. El relumbrante resplandor de la liturgia tecnológica y la diseminación a través de todos los medios directos e indirectos de publicidad le han hecho pensar que todo es prevenible o curable y, además, sin demora y sin sufrimiento. Y si no es en la medicina tradicional, será en algunas de las medicinas complementarias que tienen asiento en una sociedad de consumo.

Hace más de 30 años Muir Gray, cirujano y director de investigación en el Servicio Nacional de Salud inglés resumió en una frase el camino a seguir: hacer correctamente las cosas correctas y a la gente correcta. Les sorprendería el dinero que ahorraríamos, aunque tiene un coste: hacer política de la de verdad.

José Manuel Iglesias. El Adelanto 25 Junio 2011

 

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