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Hace mucho calor en esta primera quincena de octubre, 32 grados de temperatura diurna en una ciudad del centro de la península ibérica donde el otoño climatológico ya debería estar presente.

Podemos dudar si el aumento de temperatura en estas fechas es un hecho aislado, pero la evidencia científica indica que se trata de una tendencia. En estos últimos 50 años, los días de verano han pasado de 90 a 145, lo que representa otros dos meses de días cálidos. Las noches tropicales se han incrementado en 18, y han pasado de una media de 45 a 63. Así se desprende de un estudio elaborado por el Centro de Política del Suelo y Valoraciones de la Universidad Politécnica de Catalunya – BarcelonaTech.

En estos 50 años se ha producido un incremento enorme del transporte y las comunicaciones terrestres, marítimas y aéreas. Los vehículos han sido propulsados, en su mayoría, por motores basados en la combustión de derivados del petróleo. En este proceso, se han liberado y siguen liberándose distintos gases y partículas que se mantienen en suspensión, dañan directamente a los seres vivos y conforman una capota semipermeable a los rayos solares, dando lugar al efecto invernadero. Fundamentalmente en las ciudades, si bien ninguna parte de la superficie terrestre se ve libre.

Ello supone para el mundo y sus habitantes un escenario de cambio; al variar el clima, con un aumento de las temperaturas, varían las condiciones ecológicas y, por tanto, entre otras cosas, la producción agrícola. En consecuencia, la economía y la salud. Dos cuestiones que, analizadas a la luz de esta situación, nos dejan ver un  inquietante panorama. El deterioro de la economía genera inevitablemente un aumento de los problemas sanitarios, individuales y comunitarios. Esto hace aún más importante, esencial, que los Estados se ocupen de mantener sistemas de salud sostenibles, con capacidad de llegar a toda la población, sin generar desigualdades, SALUD PARA TODOS.

El aumento de la temperatura provoca escasez del agua, la que precisan las personas, todos los seres vivos, los cultivos… Y aparecen los conflictos por el control del agua, como en el caso de los regadíos ilegales que desecan el parque nacional de Doñana.

Los territorios propicios a enfermedades infecciosas aumentan, entre otras cosas, porque los insectos que las trasmiten encuentran mejores condiciones para expandirse. Un ejemplo de actualidad es la enfermedad hemorrágica epizoótica,  patología infecciosa producida por un virus trasmitido por las picaduras de un  mosquito de la especie Culicoide que en la actualidad está matando a 400 vacas a la semana en Extremadura. Estos daños a la ganadería generan problemas severos entre los ganaderos, pilar esencial de la economía en muchas regiones y Estados.

Y así se abre otra puerta por la que se cuelan la precariedad y los problemas de salud. Esta situación se puede paliar si se ha creado y mantenido un sistema de  salud que atienda a las personas, a los seres vivos en general, al medio ambiente, a la SALUD GLOBAL. Contribuyendo a redistribuir la riqueza y a conformar un estado de bienestar donde aún no existiera o a mantenerlo y mejorarlo donde ya está presente, dirigido a todas las personas por igual y no mal utilizado como una oportunidad de enriquecimiento para unos pocos, a través del negocio de los cuidados de salud elitistas.

Estas ideas me parecen muy evidentes, y su presentación, reiterativa. Pero a la luz de la ausencia de movimientos ciudadanos y profesionales EN DEFENSA DE UN SISTEMA PÚBLICO DE SALUD, considero de todo punto imprescindible recordarlo y volver a hablar de ello.

O lo defendemos nosotros o nadie lo hará, y menos aquellos que ven en la política un oportunidad de enriquecimiento personal.

Emilio Ramos

Publicado en Salud a Diario

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