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Algunos lo hemos venido pidiendo de siempre: antes, cuando se conju¬raba el fantasma del enemigo oscu¬ro poniendo al frente de las institu¬ciones a gente de confianza, y ahora, donde, tras prometerse lo contra¬rio, se vuelven a seguir criterios de afinidad política o cuando menos a exigir certificado de conducta políticamente correcta, emitido por los responsables del lugar.
Profesionalizar la gestión sanitaria significa que al frente de centros e instituciones públicas deben estar personas con reconocida formación técnica y experiencia progresiva, capacidad de conceptualizar y manejar recursos humanos y capaces de hacer progresar su organización y desarrollar las directivas que se les indiquen.
La gestión es el mecanismo técnico para lograr los objetivos fijados a otro nivel, ése sí, político, por el Gobierno.
Hoy más que nunca resulta evidente, descarnadamente evidente, que cargos gestores designados a la sombra de aquiescencias políticas estarán siempre sometidos a un vasallaje de esos intereses políticos y al albur de que los problemas y tensiones partidarias internas tengan mayor trascendencia que el interés general de los ciudadanos.
La libre designación de cargos, usada masivamente en Sanidad, ya ha mostrado sus ineficacias.
Habrá que discutir cuáles son los criterios para ocupar estos puestos, cuáles las excepciones y el sistema para la selección y nombramientos. Lo que queda claro es que el actual sistema no sirve.
Tampoco, desde una óptica de Sanidad Pública, es suficiente esta profesionalización para garantizar el modelo, pero sí es necesaria, como ineludibles son (aunque nadie se haya molestado en desarrollarlas) una seria participación y control de los ciudadanos y profesionales en la gestión.
Así nos habríamos ahorrado algunos espectáculos bochornosos.

Miguel González Hierro.El Adelanto 21 febrero de 1998

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