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La prevención cuaternaria trata de identificar y evitar las intervenciones innecesarias o excesivas del sistema sanitario.
Un colega médico tenía colgado en la puerta de su consulta un cartel que advertía a los pacientes:
¡Atención, está Ud. entrando en una zona de riesgo!
Uno de esos posibles riesgos es el error humano. Es inevitable porque nadie es perfecto; pero este, sólo suele ser el último eslabón de una concatenación perversa de sucesos, favorecidos por maneras poco seguras de hacer las cosas en medicina (factores latentes). Cuanto más se acuda a la consulta, mayores serán los riesgos.
Otro riesgo es la medicalización de la salud. Es habitual que el paciente salga de la consulta con alguna prescripción en forma de receta médica… que no necesita. El tipo de sociedad tecnológica y de consumo que nos rodea, aporta su impronta a la medicina y a la asistencia sanitaria. Los médicos de Atención Primaria asistimos a diario a un gran porcentaje de pacientes sanos que acuden a la consulta para prevenir, para ver si tienen alguna enfermedad oculta, o ante síntomas menores, molestias, sensación de malestar e insatisfacción con la vida que llevan, o por padecimientos y limitaciones crónicas debidas a la edad o a procesos degenerativos; todo ello aderezado con grandes dosis de ansiedad y alteración del ánimo que generan estados de infelicidad.
A veces por falta de tiempo, de disposición empática o de los conocimientos y destrezas adecuados para saber escuchar, comprender y aconsejar, pasamos directamente a la acción. Pedimos unas “pruebas” aún sabiendo que no son necesarias, o aún peor, creyendo que lo son. Con este toque tecnológico nos ponemos en nuestro papel de médicos, y damos tiempo al tiempo que a veces lo cura casi todo. Si el paciente persevera en su papel, y tras revisar las pruebas, tendremos que poner una etiqueta al proceso para poder recetar un medicamento que necesariamente parece que siempre debe cerrar toda actuación médica. El poder de recetar nos reafirma como médicos y al paciente le confirma su sensación de enfermedad y sus derechos de consumidor de recursos sanitarios.
Esta tendencia a recetar fármacos cuestiona gravemente la calidad y la seguridad asistencial.
Un ejemplo actual son los trastornos del espectro depresivo. Los pacientes con insatisfacción vital suelen ser pacientes incómodos, hiperfrecuentadores, con quejas reiterativas, con síntomas menores imprecisos y alteraciones del ánimo; demandan al médico una solución rápida y cómoda, y con frecuencia son etiquetados como depresiones y tratados con medicamentos con gran riesgo de adicción. La prevalencia hacia 1980 era entre 50 y 100 personas por millón mientras que en esta década se estiman en 100.000 por millón. ¿El desarrollo nos ha hecho menos sanos y felices o/y se han modificado los parámetros y marcadores diagnósticos para identificar “nuevos enfermos” debido a la influencia de la industria farmacéutica sobre las sociedades científicas y los pacientes? Está perfectamente establecido (guía NICE) que el beneficio/riesgo de los antidepresivos es mayor cuanto más grave es el trastorno, y por ello en la Atención Primaria se deberían recomendar en estos casos las intervenciones no farmacológicas, la psicoterapia y la educación en habilidades de autocuidado como la actividad física diaria, la higiene del sueño mediante técnicas de relajación, el desarrollo de planes de vida con objetivos que motiven y el entrenamiento en resolución de problemas.

José Mª Casado: ( ADSP de Salamanca) 13 Febrero 2015 

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