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Los sistemas de salud más exitosos saben conjugar a la perfección dos ámbitos. El primero de ellos es la Atención Primaria, donde se atienden patologías frecuentes y que no precisan de complejidades instrumentales ni alta tecnología para ser diagnosticadas y tratadas. Sus profesionales están altamente entrenados en detectar cuándo y qué situaciones deben ser derivadas al segundo nivel, saben manejar la incertidumbre y obtener un conocimiento valioso de los pacientes, familias y contextos, para maximizar sus resultados.

El segundo es la atención secundaria, el hospital, donde profesionales altamente cualificados en una parcela atienden patologías infrecuentes, casos complejos referidos a un área exclusiva y donde disponen y manejan la potente tecnología.

En Atención Primaria son especialistas en saber atender una gran diversidad de patologías de muy diferentes áreas, edades y situaciones y en ofrecer una atención continua, a lo largo del tiempo. Evaluados por patologías individuales, en ocasiones, los resultados de los especialistas del hospital son superiores a la Atención Primaria, pero cuando se estudian estos fenómenos globalmente, los resultados de tener una Atención Primaria fuerte con las atribuciones antes comentadas son superiores en nivel de salud, calidad en la atención, costes y equidad. Las evidencias en este sentido son robustas y de largo contrastadas, aunque sean contraintuitivas: la «paradoja de la Atención Primaria» lo han llamado.

Si un sistema de salud pierde este engranaje, las fuerzas que es capaz de generar se disipan. Es como un globo hinchado que vuela: si se le hace un agujero, aunque sea muy pequeño, poco a poco termina perdiendo presión dentro de él y cayendo al suelo.

Hay muchos tipos de agujeros que se le pueden hacer a un sistema de salud. Uno de ellos es colocar a pediatras en los centros de salud.

En España, tradicionalmente, han sido los médicos de Familia quienes han atendido a los niños en los centros de salud. En otros países europeos sigue siendo así. En su plan de formación de cuatro años, cuatro meses están dedicados a la Pediatría (dos en Urgencias del hospital y dos en el centro de salud), mucho más que a otras especialidades. Los médicos de Familia están perfectamente capacitados para realizar la atención en esta área específica y en este nivel.

Otro de los agujeros que se le pueden hacer a un sistema de salud es que se presten servicios basados exclusivamente en deseos de pacientes (inducidos y cocinados previamente desde fuera) y ceder a las luchas de poder que plantean algunos profesionales. Un sistema de salud público está entrenado, especializado y focalizado en dar respuesta a lo necesario e importante, al interés general, mediante la fuerza y los recursos del Estado, mientras que si se aleja de esta misión se termina orientando (desviando) al mercado y a los intereses privados.

Esto es lo que sucede en el caso que nos ocupa. Se ha ido difundiendo entre la población la idea de que los niños serán mejor atendidos por un pediatra que por un médico de Familia en un centro de salud, igual que se difunde la idea de las bondades del acceso directo al especialista, de la libre elección de profesional… Todas propuestas aparentemente razonables, pero sin ninguna base y perjudiciales para paciente (iatrogenia) y sistema (ineficiencia y asimetrías).

Este agujero en el globo puede generar, y de hecho genera, un efecto arrastre en otras áreas: Paliativos, Ginecología, Geriatría… que, con las mismas razones, reclaman su monopolio en el primer nivel de atención y que terminan por desmembrar y desnaturalizar el sistema.

En el área específica de la Pediatría, ha sucedido que los intereses individuales de los profesionales, su representación y su poder han sido cooptados por unas sociedades científicas plagadas de intereses privados y financiadas (y, por tanto, dirigidas) por la industria alimentaria y farmacéutica. Se han hecho especialistas en «secuestrar la voluntad del Estado» e imponer la suya con diferentes métodos (captura del regulador). Tener a pediatras en primera línea de atención ha sido fundamental para influir en la prescripción de algunos productos de muy dudosa indicación, en disputa con el interés general, representado por Salud Pública y el Ministerio de Sanidad.

Los pediatras son profesionales de gran preparación, brillantes académicamente y, en general, comprometidos socialmente con una de las partes más vulnerables de la sociedad: la infancia. La mayor parte de ellos han crecido profesionalmente en el hospital, y es ahí donde quieren seguir desarrollando su actividad.

La promesa de que habrá pediatras en todos los centros de salud es imposible de cumplir. Los pediatras no son muchos, y los que hay no quieren salir del hospital, en su mayor parte. Los que salen, evidentemente, desean el medio urbano. Esto genera inequidades, que es uno de los pecados más grandes que puede cometer un sistema público de salud, pues precisamente se crea para resolverlas.

Pero también es cierto que insistir de manera falsa y a sabiendas en la necesidad de pediatras para atender niños cuando el sistema público no los proporciona en su totalidad crea un mercado privado muy jugoso. La atención de la salud no es una cuestión técnica, simplemente; también lo es de poder y económica, en sus múltiples derivadas.

A pesar de este escenario de escasez de pediatras, las potentes y soberbias sociedades científicas insisten difundiendo mensajes que generan desconfianza en la población porque médicos de Familia atiendan a niños, en un ejercicio de irresponsabilidad y de (falsa) ignorancia.

En lo político, algunos partidos de izquierda no han entendido todo esto y, pensando que hacen un bien, contribuyen a desviar (más) el sistema hacia el mercado, alineados con las aspiraciones de la derecha.

Todo este conflicto se sostiene porque los médicos de Familia contribuyen como lacayos y el Estado se inhibe, como si con él no fuera. Si los médicos de Familia tuviéramos dignidad y profesionalismo, dejaríamos caer el bolígrafo y se produciría el colapso. Se conseguiría reformular entonces todo este despropósito.

Roberto Sánchez

Publicado en Salud a Diario

 

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