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Son las 8:15 de la mañana de un día cualquiera de junio, en una consulta de atención primaria de la capital. Arranco el ordenador para ver mi agenda del día, que  como es de esperar está completa porque tengo tres días de espera. Ahora abro la agenda del compañero que está de vacaciones que sustituimos a medias entre otro médico y yo. Ésta también está completa, pero incluso peor, ya que tiene siete días de espera.

A las 8:30 atiendo al primer paciente al que derivé al especialista de digestivo hace seis meses: todavía no le han llamado para la primera consulta. Me pregunta que cuanto tardarán en llamarle, pero no tengo respuesta porque no nos llega la información sobre las listas de espera. El paciente me dice que si no le llaman se va a tener que ir a urgencias. Le informo de que con esas decisiones urgencias se esta masificando, pero a su vez pienso que urgencias está siendo la única vía de escape a las largas listas de espera de atención especializada.

A media mañana me llega un paciente que está de baja laboral porque tiene síntomas que le impiden trabajar. Está pendiente de tratamiento quirúrgico, pero se le ha pedido una resonancia magnética necesaria para operarle. Lleva 10 meses esperando y en ese momento pienso que con estas largas listas de espera estamos al borde de la ineficacia.

Después de mi consulta comienzo con la de mi compañero: atiendo a cinco personas que vienen como urgentes, pero en realidad no son más que pacientes que están hartos de esperar para que les vea su médico de atención primaria. No me extraña con siete días de espera, ¿qué van  a hacer?

Al acabar la consulta a demanda, con  una hora de retraso, comienzo con la parte administrativa, más de una hora dedicada al  trabajo burocrático de renovación de recetas y me pregunto ¿para cuando la receta electrónica? Somos de las pocas autonomías que aún no la tienen implantada y me acuerdo de las últimas declaraciones del consejero de sanidad de que no se va a poder poner en marcha hasta dentro de al menos año y medio.

Acabo la consulta, trabajando toda la mañana contra-reloj y pienso que esta no es la calidad de atención que se merecen mis pacientes. Y menos mal que esta mañana no se ha caído el sistema informatico porque hubiera supuesto entre 30 y 60 minutos sin poder trabajar.

Me planteo que me faltan tres semanas a este ritmo de trabajo hasta que llegue mi compañero de vacaciones, aunque tal vez en el mes de julio parte de la población se irá a los pueblos y se hará más llevadera la acumulación. Sin embargo, este pensamiento me hace recordar que precisamente en los meses de verano, cuando la población de los pueblos se duplica o triplica, mis colegas del medio rural tienen que acumular igual que yo las vacaciones de los otros médicos y además cubrir las libranzas de guardia, y pienso que no se como lo van a hacer, me parece imposible.

 

José Generoso Gómez Cruz

ADSP Salamanca. Publicado también en La crónica de Salamanca  

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