Asociación para la defensa de la sanidad pública

¡ASÓCIATE! rellenando este formulario o llamando al teléfono: 913339087

Síguenos en:

Síguenos en:

Asociación para la defensa de la sanidad pública

¡ASÓCIATE! rellenando este formulario o llamando al teléfono: 913339087

Ya en tiempos prepandemia me di cuenta de que la inmensa mayoría de las personas que veía en consulta tenían, en mayor o menor grado, ansiedad. La “epidemia del estrés”, me atrevía a nombrarla, para hacerles ver que no eran los únicos, que el problema no era que ellos fueran “débiles”, que “no llegan a todo”, que “no podían con las cosas normales del día a día”.

El estrés era la norma porque vivíamos en una sociedad muy exigente, exigente con el trabajo, con la familia, incluso con el ocio. Un sistema en el que se exige a las personas ser productivas siempre, aprovechar el tiempo siempre. Lo bueno era estar todo el día con prisa, corriendo a todos lados, “activo”: come sano, haz deporte, rinde en el trabajo, pasa tiempo con tu familia, organiza vacaciones exóticas, cuida tus amistades, infórmate, estate al día de todo y ten opiniones fundadas, compara precios, recicla, participa en las actividades de tu barrio… Es “lo normal”, y si no llegas a todo, ¿si estás cansado?, toma vitaminas, hazte una analítica no vayas a tener anemia o “tiroides”.  

Eran tiempos de un estrés compartido, pero individual: la causa eras “tú”, tú eras el que tenías un problema si no aguantabas el ritmo de la vida. Yo, con cada paciente que entraba por la puerta, viniera por el motivo que viniera, intentaba explorar su esfera emocional (en esos tiempos aún nos podíamos permitir desde Atención Primaria hacer este tipo de cosas): ¿y de ánimo qué tal estás?, ¿estás más estresado últimamente? Era impresionante la de gente que, con estas simples preguntas, se derrumbaba ante mí, la de lágrimas que han provocado, la de “consultas sagradas” que han generado. Sentía que todo el mundo estaba en un equilibrio contenido, viviendo su estrés en silencio; bastaba con tirar un poco del hilo para que todo saliera. Entonces, mucha gente recurría al mindfulness, al yoga, a la meditación, a hacer cuencos de barro o pintar cuadros, a hacer footing o ir al gym. Y así íbamos tirando.

Y de repente, parón. Vino la pandemia y se paró la máquina.

¿Y ahora? Aunque hay quien sigue en esa rueda de autoexigencia sin freno, cada vez hay más gente que se ha dado cuenta de que no quiere volver a ese ritmo, cada vez hay más gente que valora el tiempo libre para hacer lo que uno quiera o, simplemente, para no hacer nada. Se pone de manifiesto estos días en Francia con movilizaciones masivas contra el cambio en la edad de jubilación o con otras iniciativas, como las de varias empresas que han instaurado las semanas de cuatro días laborables. Cada vez hay más gente vacunada contra este tipo de estrés acelerado en el que vivíamos.

Sin embargo, está surgiendo una variante de estrés mucho más virulenta. Estamos en la epidemia del estrés colectivo, un estrés global que surge fruto de un futuro muy poco alentador: crisis climática, crisis económica, crisis social, crisis de valores, laboral, guerra, crisis política… Puff… Ante ese panorama, algunos pragmáticos se van al campo y dedican sus esfuerzos a aprender a construir un refugio, a recoger agua de lluvia y a hacer fuego con dos piedras para cuando venga el apocalipsis. Otros abanderan el lema de Carpe Diem, mirando solo el presente, lo inmediato. Digamos que se han tomado lo del mindfulness a la tremenda y se han topado con sus efectos secundarios: muy baja capacidad de compromiso, planificación y construcción. Otros, sobre todo los más jóvenes no le encuentran el sentido a la vida.

Pero, ¿qué ha pasado? Quizás hemos sido conscientes de nuestra vulnerabilidad como especie, quizás hemos sido conscientes de que el problema no eres tú, que no llegas, no eres tú, que no reciclas o que no haces footing; quizás hemos sido conscientes de que, simplemente, somos una pieza más de un sistema hiperconectado en el que cualquier desequilibrio puede desencadenar una catástrofe. Que lo que pasa en Wuhan llama a tu puerta en menos de lo que imaginas, que lo que pasa en Ucrania afecta a las cosas que puedes meter en tu nevera, que lo que le pasa al arrecife de coral en el mar influye en la cantidad de agua que cae en nuestros campos.

Pero este nuevo estrés no consiste en hacer y hacer cosas, este otro estrés es paralizante. Mientras antes era la ansiedad la emoción imperante, ahora es el miedo el que invade nuestras vidas.

¿Requiere un abordaje diferente?, ¿qué estrategia vamos a seguir?, ¿cómo vamos a gestionar esta nueva epidemia?, ¿tenemos las herramientas necesarias para hacer frente a este reto?, ¿estamos educando en gestión emocional a nuestras nuevas generaciones?

Cristina Cabrera Brufau

Publicado en Salud a Diario

 

Compartir en email
Compartir en facebook
Compartir en twitter
Compartir en linkedin
Compartir en pinterest
Compartir en whatsapp