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Si tuviera que escoger, no sería una novela de terror ni una de ciencia ficción mi primera opción. Hoy tengo que vivir y escribir inmerso en una situación que nos atemoriza y de la que no conocemos el final ni la estrategia evolutiva. Nos veo como personajes de D. Benito Pérez Galdós, viviendo una historia que otros nos han escrito, en esta ocasión, una molécula de RNA encapsulada, sin inteligencia, un virus.

Pero… ¿sólo ha sido un virus quien nos lo ha impuesto? ¿Nada ha tenido que ver la actual forma de afrontar el mundo, de vivir en grandes aglomeraciones, de entender las relaciones entre seres humanos, de hacer política… la globalización?

Si hubieran sido otras las reglas del juego… ¿estaríamos ahora en esta situación o la pandemia no habría aparecido, a lo sumo sería un brote infeccioso localizado en una remota parte del mundo que no se habría expandido, al menos, a la velocidad exponencial que lo ha hecho? En todo caso, conviene no olvidar otras pandemias ya presentes antes de 2019, el hambre, la guerra y las enfermedades infecciosas: sida, tuberculosis, chagas o malaria, que cabalgan matando a muchos miles de personas cada año y ante las que el mundo rico mantiene una actitud lejana; son algo que no le afecta directamente.

Apareció la pandemia de COVID-19 y se nos vino encima sin que los sistemas de epidemiología nos alertaran. Hace no mucho tiempo, leía sobre la metodología que los epidemiólogos seguían para detectar la llegada de patógenos importados, en este caso, por las aves migratorias, y cómo se mantenía una red de alerta epidemiológica fundamentada en la toma de muestras a las aves en las zonas de descanso.

Y pensé, incauto personaje galdosiano, que estábamos a salvo. Que ningún patógeno llegaría sin que le estuviéramos esperando, preparados para contenerlo y evitar su propagación, incluso creyendo que las condiciones ecológicas de nuestra península limitarían sus posibilidades de asentamiento. Que aunque pudiera llegar volando en la sangre de un ave migratoria o en la de algún mosquito exótico, no lo haría sin que nos apercibiéramos de ello a tiempo….

Y llegó posiblemente en un avión… En uno de esos vuelos que por miles y miles cruzan de una parte a otra del mundo, contaminando brutalmente la atmósfera.

Ahora está aquí el virus marcándonos el ritmo. Nos ha pillado distraídos, a otra cosa. Tal vez pensando en cómo ganar más dinero, buscando oportunidades de negocio: ¿Y si invirtiéramos en la Sanidad española, no en toda, que es muy cara y sin rentabilidad?… En una parte, en unos hospitales en Madrid o en Valencia. ¿O si construyéramos un hospital en la ciudad más industrial de una envejecida comunidad autónoma, donde nadie va a protestar… Castilla y León, por ejemplo, por lo demás, poco rentable?

¿Invertir en ciencia e investigación pública? No, hombre, que luego son la competencia. Mejor invertimos en equipos de fítbol o en urbanizaciones para ricos europeos en la costa. Nadie protesta, los ecologistas están acabados por viejos o por desalentados, y si alguno queda, se le desprestigia.

Otra oportunidad de negocio… las residencias de ancianos. España es un país envejecido y con unas perspectivas excelentes, pues los hijos del boom de natalidad de los 60 están jubilándose ahora, y en 10 o 15 años empezarán a discapacitarse. La Sanidad pública les mantendrá vivos, incluso puede que con buena salud.

Prevaleció la frivolidad, la ambición absurda o criminal por la acumulación de capital, se despreció al individuo si no era fuente de enriquecimiento.

La consecuencia del bucle perfecto la estamos empezando a intuir en esta novela-realidad de ciencia ficción y terror.

Nos hemos visto obligados a encerrarnos en nuestras casas para evitar, parcialmente, una mortalidad insoportable. Para retrasar la velocidad de propagación de la enfermedad y dar tiempo a estudiar el problema, encontrar tratamientos y diseñar una vacuna. Muchos profesionales dedicados a los cuidados, y no sólo sanitarios, se han visto abocados a trabajar hasta el agotamiento y lo han hecho muy bien. Han cumplido con su deber por responsabilidad, por la satisfacción de hacer el bien y cumplir con lo que consideran su obligación. Cada uno en su lugar… La asistencia sanitaria, a punto de desbordarse.

Pero la cívica actitud de la comunidad ha logrado el objetivo de enlentecer el contagio. A partir de aquí, no sabemos qué va a ocurrir y, como decía, no hay escrita una estrategia. Hay que inventarla y buscar entretanto la piedra de roseta que nos muestre el idioma en el que habla y actúa el virusque produce tanto daño en distintos órganos y sistemas del cuerpo humano.

Tenemos que continuar trabajando. Así lo entienden hasta los oportunistas, los estraperlistas y especuladores que ya han visto nuevas ocasiones de negocio y buscan su parte en el botín.

En nuestro caso, en la Atención Primaria de Salud, hemos tenido que trabajar sin medios diagnósticos, sin acceso a los tratamientos conocidos y, hasta hace poco tiempo, sin protección adecuada. Hemos cumplido nuestra tarea y ahora debemos cuidar a los convalecientes, recuperar a los enfermos, a toda la comunidad. Pero necesitamos esos medios diagnósticos para detectar los nuevos casos y así poner en práctica cuanto antes las medidas pertinentes. No podemos mantener en la duda los cuadros febriles, aquellos que hasta hace tres meses eran viriasis banales que tratábamos con paracetamol y medidas higiénicas. Es imprescindible detectar los casos de infección por COVID-19 para mantener controlada la pandemia.

Pero, además, hay que cuidar al resto de la población: sanos, ancianos, dependientes, pacientes crónicos… Y para eso tenemos que inventar un nuevo método para el que vamos a precisar la complicidad de todos. No podemos seguir amontonados en las salas de espera. Necesitamos atender primero lo más urgente. No podemos dejar descuidados a los inmovilizados en su domicilio. Tenemos que aprender a utilizar y sacar el mayor rendimiento a las nuevas tecnologías. No podemos renunciar a las mejoras desburocratizadoras. Hay que avanzar en hacer desaparecer esas dificultades. Hay que aumentar recursos. Tenemos que atender a todos por igual desde la Sanidad Pública, y eso incluye también a los ancianos y dependientes que viven en residencias o están institucionalizados.

Por el momento, en Castilla y León mantenemos el confinamiento. En mi opinión, una medida acertada tomada por quien sabe y conoce su oficio.

Cuídense, por favor, que así nos cuidamos todos.

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