Asociación para la defensa de la sanidad pública

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ÁNGEL SESMA. IN MEMORIAM
El pasado día 25 de octubre murió Ángel Luis Sesma del Caño, médico pediatra, jubilado hace algo más de dos años. Para los que gozamos de su amistad y compañerismo ha sido una gran pérdida, es seguro que también para muchos padres y madres que asistieron a su consulta acompañando a sus hijos. Ángel era una persona seria, pero entrañable y cariñoso; parco en palabras, pero generoso con todos y en su trabajo. Defensor a ultranza de la sanidad pública, estuvo con la ADSP desde sus comienzos en Salamanca, peleando por un sistema nacional de salud de calidad y equitativo. Vivió el sistema sanitario desde los niveles de Primaria y Especializada y ello le dio una excelente visión de conjunto, que compartió con todos nosotros. Siempre opuesto a la deshumanización de la medicina, fue muy crítico a la hora de aceptar los tratamientos que requería su enfermedad, porque sabía de sus efectos secundarios y desconocía, como todos, si realmente serían efectivos. Pero aceptó el reto y luchó contra ella mientras vislumbró posibilidades de victoria.
Pero el mundo de Ángel no se acababa en la medicina, además de buen padre y esposo, fue buen amigo de sus amigos y amante de los placeres del espíritu. Le gustaba conversar con quien tuviera algo diferente que contar y disfrutaba con la música que escuchaba y que interpretaba. Era asiduo a las sesiones de jazz que en otro tiempo pudimos disfrutar en Salamanca, su altura y su rubio bigote le hacían facilmente reconocible entre los aficionados.
Se nos ha ido un buen médico, un buen amigo y un defensor de la sanidad pública como derecho de todos los ciudadanos. Desde la ADSP queremos hacer llegar nuestro pesar a Lola, a sus hijos, y a sus familiares y amigos más cercanos. Descansa en paz, Ángel.

Aurelio Fuertes.
Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública

 

SEEEESMAAAA!

Hola Seeeesmaaaa! Era frecuente oír las vocecitas infantiles de tus pequeños pacientes cuando paseabas por la ciudad, en el cine, en las tiendas… Tu respuesta solía ser una caricia en sus cabecitas con revuelo de pelo incluido, o si estaban más lejos, un guiño, un gesto simpático de la mano, una sonrisa… Es una de las situaciones que revelan cómo eras: tu ternura, el cariño que desprendías y despertabas alrededor, tu implicación, tu valía personal y profesional, tu sencillez humana, tu bondad. Por eso todo el mundo te apreciaba tanto, por eso tu vacío se hace tan inmenso.

Profesionalmente respetado, las madres y padres se deshacían en elogios cuando hablaban de tu trabajo como pediatra, haciéndonos sentir orgullosos de ti. En lo personal siempre fuiste un ser humano maravilloso; a disposición de quien pudiera necesitar ayuda, sin prejuicios, sin minusvalorar a nadie, sin rencores, sin competitividad. Y sin grandes aspiraciones públicas, más que disfrutar de todo lo que tenías; tu familia, tus amigos, tu profesión, tu pueblo… pero a la vez inconformista con normas, con políticas tradicionales, con convenciones y con las injusticias sociales.

En tu mejor momento, ya sin obligaciones profesionales, en paz con la vida, amando profundamente a tus hijos, disfrutando de tus amigos, de tu huerta, de tus lecturas, de la música, llegó la maldita enfermedad. Un diagnóstico, la angustia, la quimioterapia, la vida que se transforma, el saberlo todo sin querer saberlo: un médico no puede ocultarse a sí mismo la verdad. Durante un tiempo, el mal pareció respetarte; estabas “precioso” como decía tu prima, pero en los últimos meses la enfermedad y la quimioterapia unidas se cebaron en derribar tu cuerpo y tu espíritu. Los dos sabíamos que te marchabas, pero a pesar de lo injusto y duro de la situación, la vida nos regaló un tiempo para despedirnos, perdonarnos, agradecernos y decirnos todo lo que no supimos o pudimos decirnos antes, un tiempo de gran intensidad emocional, de dolor y amor profundos.

Desde aquí mi más hondo agradecimiento a todos tus compañeros y amigos, a los que batallaron con tu diagnóstico e hicieron lo posible y lo imposible en el tratamiento (Aurelio, Emilio, gracias), a los que estuvieron pendientes cada minuto de como estabas, de ”cómo lo llevabas”, a los que hicieron una cadena humana para informarse del día a día, a los que sufrieron por no verte, a todos los que perciben el doloroso vacío que has dejado.
Gracias por haber estado en mi vida, en nuestras vidas, por ser como eras, por darnos tanto y tanto, descansa ya tranquilo amor.
María Dolores Pérez Grande

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