La sobrecarga burocrática que cada día sufrimos los médicos de familia no disminuye, a pesar de las voces que se levantan pidiendo soluciones.
Parte de nuestro hartazgo incluye todo aquello relacionado con las bajas laborales. El hecho de que el médico de familia sea quien dé fe de la imposibilidad de un trabajador para desempeñar su trabajo por enfermedad y, periódicamente, confirmar que la situación se mantiene, nos consume un tiempo precioso que robamos del que deberíamos dedicar a la asistencia.
El manejo de las bajas laborales tiene más fondo de lo que parece. Si una persona tiene una enfermedad aguda, como neumonía, fractura, etc., la situación es simple, e incluso predecible su duración. Hay hasta un tiempo, teórico, establecido de la duración media de una baja según el motivo. Esto no lleva mayor problema: se atiende a una persona por un problema de salud que le incapacita para el desempeño de su trabajo habitual. Una vez solucionado, el paciente es dado de alta y se incorpora a su puesto de trabajo.
Pero ¿qué pasa cuando, de fondo, hay otros problemas por los cuales el trabajador intenta conseguir una baja laboral? Conflictos en su entorno laboral o problemas derivados de falta de conciliación familiar… En estas circunstancias, se deteriora la relación médico-paciente. Por un lado, el paciente quiere encubrir el motivo real con supuestos síntomas: ansiedad, diversos dolores osteomusculares y síntomas mal definidos que, aseguran, son de una intensidad suficiente como para poder impedir realizar su trabajo.
Bajas laborales que ponen en riesgo la relación médico-paciente
La situación llega a ser, a veces, de tal calibre, que provoca saturación del profesional, frustración y hartazgo. El médico está convencido de que lo que le ocurre al paciente no es un problema de salud, pero sabe que estas situaciones pueden acabar afectando al paciente, quien puede llegar a somatizar sus problemas personales, conduciéndole a una situación peligrosa.
Se solicitan diversas pruebas y derivaciones a consultas de especialista, con el fin de poder corroborar o descartar que hay una alteración somática que justifique la situación de baja laboral o, por el contrario, apoyar el alta médica. En este tira y afloja, se llega a deteriorar la relación médico-paciente. A veces, un alta médica termina con un cambio de facultativo por sentir el paciente que no ha sido atendido —o entendido— por su médico; o incluso por situaciones violentas, que obligan al médico a pedir que a ese paciente se le asigne otro profesional, por el deterioro en la relación por falta de confianza o de respeto.
¿Por qué tenemos que estar sometidos a estas situaciones? Problemas como el mobbing en el trabajo, la conciliación familiar, la penosidad en algunos puestos de trabajo, embarazadas que piden baja por las molestias que les ocasiona el embarazo, etc. deben ser evaluados por los médicos de empresa o de salud laboral. Son ellos los que deben valorar el problema o la adecuación del puesto de trabajo a la situación particular del trabajador. También compete a los comités de empresa, sindicatos o a quien corresponda solucionar los conflictos laborales. En ningún caso deben llegar a una consulta médica.
Insuficiente colaboración de las mutuas de trabajo
En reuniones que, a veces, hemos tenido con las mutuas de trabajo, nos dicen que quieren colaborar con nosotros en la atención a los trabajadores en situación de incapacidad laboral. Pero no sentimos que eso sea así. No sentimos su colaboración cuando no reconocen un accidente laboral en un trabajador, lo cual obliga a cursar una baja por enfermedad común, para no dejar a un trabajador desprotegido y proporcionarle la asistencia que deberían prestarles ellos mismos.
En la enfermedad común, a veces colaboran para acelerar la realización de alguna prueba de imagen, como resonancia magnética, etc. o la aplicación de tratamiento fisioterápico, dadas las listas de espera existentes en el Sistema Nacional de Salud, pero son las menos veces.
Dado el gran absentismo laboral que tenemos en nuestro país, hace años se contempló la posibilidad de atender con cierta preferencia a los pacientes en situación de incapacidad laboral. Dicha preferencia se suspendió, por considerarla un agravio comparativo con el resto de la población. Pero igual habría que plantearse algún modo de asistencia a los trabajadores que facilite la incorporación al trabajo lo antes posible y que no se dilate en el tiempo esperando la realización de una prueba o una consulta de especialista.
La salud laboral “es cosa de todos”
Los médicos de empresa y de salud laboral deben implicarse más en la atención a los trabajadores, vigilando los riesgos según el puesto de trabajo, indicando a las empresas las modificaciones pertinentes en los puestos de trabajo para evitar riesgos y enfermedades derivadas de la actividad laboral. Actualmente, se limitan a realizar los reconocimientos laborales, que no son obligatorios, de dudosa eficacia, y a proponer una alta médica de un trabajador en situación de incapacidad laboral.
También creemos que hay que cambiar la actuación de los inspectores de la Inspección de Trabajo de la Seguridad Social, teniendo una relación más fluida con los médicos de atención primaria, ayudando en los conflictos que surjan entre el médico y el trabajador y, de este, con su mutua de accidentes.
La salud laboral es cosa de todos, incluidos los trabajadores. Es necesario ser más serios con los problemas de salud derivados del trabajo. Se precisa mayor implicación de las mutuas y de todos los niveles asistenciales, para que podamos facilitar la recuperación de los trabajadores y que puedan incorporarse lo antes posible a su puesto de trabajo.
Sin olvidar que los conflictos laborales se deben solucionar en otro lugar, y no en la consulta del médico de familia.
Luz María Martínez Martínez